“Hace tantos domingos que te espero, hace
tantos domingos que no estas. Simplemente futbol es lo que quiero simplemente
alegría popular. Un domingo sin poder ir a la cancha donde estaba sin poder
gritar un gol, ya la noche de café no tenemos de que hablar solo vamos a la
cancha a disfrutar, si el mundo tiene forma de pelota al arco iris le puedo
hacer un gol. Vamos vamos a ganar hay que saber diferenciar entre los que
juegan bien o juegan mal…”
Como canta la agrupación de música la mosca, simplemente
futbol quiero en mi vida. Con ver rodar una pelota me basta. Todos los días me
pregunto…
¿Qué
sería de mi vida si no te tengo?
Una sobredosis de tristeza y nostalgia, mi vida tornada en momentos de
desolación, embotellada con bebidas amargas y poco gratas, la poca sensibilidad
en mi cuerpo, y mi mente girando como una tómbola sin saber cuál es el camino correcto.
El espectáculo se volvería una utopía, carecería la magia
en los ojos de los fanáticos, los astros solo existirían en el cielo y no
vendrían a dejar a sus hijos en la tierra donde se disputan batallas por el
honor y el respeto.
Desde chico me he apasionado por practicar este
deporte que no diferencia raza, credo o
estrato social. Un juego donde me puedo
quedar horas y horas en un potrero tratando de lograr las hazañas de mis ídolos
deportivos.
Donde el balón se convierte en mi gran aliado para conquistar tierras contrarias, no importa si
lo trato a patadas o cabezazos él
siempre va estar ahí cuando más lo necesite.
Mis zapatos empezaron a tener envidia de mis botines
cuando vieron que mis pies no tenían un afecto similar hacia ellos.
Cada vez que puedo y mis obligaciones me lo permiten,
salgo a probar mis cualidades en un improvisado terreno de juego. Camino con a
una varilla en cada mano, me dispongo a cuadrar el arco, con distancia de nueve
pasos.
Ya estábamos listos, 9 contra nueve, Juancho al gol. El
chiflido de sebas indicaba que los primeros 25 minutos estaban en juego, bueno
hasta que el cansancio digiera presente.
Salí a correr
(como ladrón en pleno centro de la ciudad), en busca de algún pase que me
permitiera patear al arco. El balón llego a mí con su coquetería que le
caracteriza revotando y dando vueltas como si se tratara de algún baile
sensual. Creo que mi pie se enamoró de
nuevo, pero esta vez de una marca distinta. Hubo conexión.
Empecé a gambetear como nunca lo había hecho, creo que
era mi momento de gloria. Por quince segundos me sentí Ronaldinho, me sentí inmenso,
me sentí el mejor.
Pero lo bueno no dura tanto, me derribaron dentro del
área, penal grite penal…
La malla y el viento eran cómplices
del miedo en el momento que tuve que cobrar de los doce pasos. Doce pasos y
noventa latidos por minuto de mi corazón.
El arco carecía de tamaño,
el felino que lo defiende me miraba con desprecio y sobrades. En sus ojos notaba la angustia pero a la ves
su confianza.
Me mostró sus garras en señal de una posible victoria.
Empezó a saltar para desconcentrarme y así errar en mi cometido.
Patee, en ese mismo potrero donde practique horas y
horas. Como gran felino tiene buenos reflejos, se lanzó como un gato en busca
de su bola de lana. Para él era un juego, para mí era más que eso.
Me sentía mal pues errar penales no es lo mío, entre en
desespero. Tenía la espina metida en mi corazón
y el arco contrario entre ceja y
ceja. A eso se sumó que nos metieron Gol. Ver la celebración de los contrincantes
me dio mucho coraje sin importar que
ellos fueran mis amigos.
Transcurrían los minutos, el cielo se iba nublando, y el
sudor caía de mi frente. Con una palabra definía lo que sentía. Derrotado.
Pero como me inculcaron desde muy chico, hay que dejar la
vida en el terreno de juego, la palabra derrota y cansancio tenían que desaparecer
de mi léxico. Para mí no vale la oración: perder es ganar un poco. Para mi
perder en el juego es humillación y ganar es entrar al nirvana. Quietud y paz.
Minutos finales del primer tiempo, era ahora o
nunca. En cada paso que daba mi energía
se acababa, logre recuperar una pelota por la banda izquierda. Salí a correr
con el poco oxigeno que me quedaba en mis pulmones. Logre llegar a la esquina,
gambetee una y otra vez creí que la
magia había vuelto en mí. Centre la
pelota pero sin suerte esta llego a las manos del cancerbero.
El tiempo se agotó y junto a el, mis ilusiones de
empatar. Se fueron los primeros cuarenta y cinco minutos. Desconcertado camine hasta un morrito de
pasto. Me senté y me refresque con una bolsa de agua. Tenía que volver a
recargas baterías eso no tenía por qué quedarse así.
Me amarre los botines, era hora de volver a la cancha a
dejar la vida en la gramilla. Para retornar el ritmo de juego empecé hacer veintiunas, trote suave de lado
a lado.
Volvieron a chiflar. Comenzábamos el segundo tiempo con
más ambición en el juego. Al pasar cinco minutos nos volvimos fuertes
defensivamente y poco a poco creábamos opciones de gol en el arco contrario.
Seguimos con el toque de balón. En una juagada de mucha certeza Jorge logro
picar la pelota por toda la banda derecha, la centro. Vi ese balón que se
acercaba a mí como un meteorito abarcando la tierra, pero mi voluntad era más
fuerte que esa imagen. Salte como un
grillo, abrí mis manos como un murciélago, alce mi cabeza lo más que pude e
impacte la pelota con mi frente…
El placer de gritar un gol es incomparable. Sientes que
tu corazón va estallar de euforia, la
vos se vuelve más gruesa, la garganta se vuelve fuerte, los ojos empiezan a
empaparse de lágrimas y la sonrisa decora la boca, de punta a punta.
Di un bote en el piso, abrace a mis compañeros. El
encuentro se ponía uno a uno, ya había pasado el momento complicado del juego,
todo estaba equilibrado el sol había vuelto a salir.
Mis gemelos ya estaban bastantes tensionados, el desgaste
hacia presencia en mi cuerpo y el de los demás. No podía escupir, mi boca
estaba seca como un sábado por la mañana, el sudor se fue secando con el pasar
del tiempo y la brisa mañanera.
Estábamos tan exhaustos
que entre todos decidimos que nos
iríamos a serie de penales, como para recochar un rato y sentirnos en la final
del mundial.
Unos trataron de darle como Pirlo en la semifinal de la
euro copa, pero esa vaselina salió bastante vencida, otros querían parecerse a
Falcao frenándose antes de impactar la pelota pero no sabían coordinar sus
piernas, y otros le dieron como Neymar ante Colombia. Al aire y sin dirección.
Era mi turno, de nuevo tenía ese gato al frente. Mis
latidos se volvieron acelerar, pero mi mente y mi pierna derecha estaban más
coordinadas que de costumbre. Tres pasos atrás, ese era el impulso que
necesitaba. Mire el palo derecho, apunte y dispare… el placer de gritar un gol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario